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Que embrujo
tiene la guitarra,…
que misteriosa
seducción tras de sus formas encierra,
alguien la
bautizó guitarra,
bien podría
haberse llamado, María Magdalena,
como la mujer
pública que con lágrimas,
al querer lavar
los pies de un Nazareno, limpió también su pena.
Sabe Dios en cuanto se parecen, la guitarra y Maria
Magdalena,
más sabe Dios de
lo sincero de su entrega,
ambas conocieron
caricias tibias, manoseos sucios,
pero siempre amaron
mucho, dándolo todo desde esa esencia
de mujer y
amante que devuelve en besos,
el favor del
hombre que a besarla llega…
A las dos las
quiso apedrear el necio
que enseguida
juzga, que fácil condena,
e imagino a Cristo diciendo a la turba,
¡quien no sea
corrupto!, ¡quien no tenga grietas!,
¡aquí está la
amante y aquí la guitarra!,
¿Quién se creé
tan digno
de arrojar sin
culpas la primera piedra?.
Y quedó en
silencio la mujer amante,
y lloró un preludio
la guitarra nuestra.
Ambas siguen
amando. El Amor está vivo,
son mujer y guitarra,
dos Marías Magdalenas.